War poems

4 de agosto del 2014 Dulce et decorum est pro patria mori Bent double, like old beggars under sacks, Knock-kneed, coughing like hags, we cursed through sludge, Till on the haunting flares we turned our backs And towards our distant rest began to trudge. Men marched asleep. Many had lost their boots But limped on, blood-shod. All went lame; all blind; Drunk with fatigue; deaf even to the hoots Of tired, outstripped Five-Nines that dropped behind. Gas! Gas! Quick, boys!—An ecstasy of fumbling, Fitting the clumsy helmets just in time; But someone still was yelling out and stumbling And flound’ring like a man in fire or lime… Dim, through the misty panes and thick green light, As under a green sea, I saw him drowning. In all my dreams, before my helpless sight, He plunges at me, guttering, choking, drowning. If in some smothering dreams you too could pace Behind the wagon that we flung him in, And watch the white eyes writhing in his face, His hanging face, like a devil’s sick of sin; If you could hear, at every jolt, the blood Come gargling from the froth-corrupted lungs, Obscene as cancer, bitter as the cud Of vile, incurable sores on innocent tongues, — My friend, you would not tell with such high zest To children ardent for some desperate glory, The old Lie: Dulce et decorum est Pro patria mori. Wilfred Owen, 1893 – 1918 Guerra Soy madre de los muertos, de los que matan madre. Carmen Conde Lo supe siempre. Al percibir la vida doblárseme en el seno, al golpearme un pulso repetido por las venas, lo supe: concebía hacia la muerte. El Otro, aquel que hallé en el Paraíso, aquel a quien fui dada el primer día, dormía en paz ceñido a mi costado. Ajeno a mi pasión no interpretaba mi vientre henchido ni mi paso lento ni preguntó jamás por qué mis ojos incrementaban su terror oscuro bajo la luz de sucesivos soles. Dos veces fui llenada de misterio. Caín crujía en mí. Me trituraba. Con su sabor agriaba mi saliva. Abel me fue muy dulce. Como el zumo de los maduros higos en verano, se diluía en mí, sabía suave. Jamás dobló su peso mis rodillas. Los vi nacer. Menudos, desarmados. Pero en su carne yo leía: muerte. Los vi crecer unidos. Madurarse. Pero en sus ojos yo leía: crimen. Los vi llegar al borde de la sima, al límite del rayo y la tragedia. Y, desde el fondo de mi sexo en ascuas, clamaba a Dios, clamaba sin remedio: ¿No son hermanos, di, no son hermanos, hechos de mí los dos hasta las uñas? Caín y Abel, los dos un solo fruto, colgándome del pecho, una caricia idéntica al tocarles el cabello. Los dos una cuchilla en mi garganta, clavándose y doliendo día y noche. Doliéndome la impávida belleza de Abel, su rubia gracia conseguida. Entre las mansas bestias, él, mansísimo. Doliéndome Caín, aprisionado entre cortezas ásperas, curtiendo la mano destinada para el golpe. Si yo hubiera podido revertirlos de nuevo a mí. Fundirlos. Confundirlos. ¿Por qué, Señor, los quieres desiguales; distintos en tu herencia y en tu gracia? Yo los haría en mí. Yo los daría de nuevo a luz. Caín tendría entonces el alma azul, los ojos inocentes de Abel apacentando sus corderos. Abel ofrecería sacrificios con manos de Caín sucias de tierra y una ligera sombra de pecado haría más humana su sonrisa. Mas nada pude hacer. Surgió la muerte. Clamé hacia Dios. Clamé. Pero fue en vano. Caín y Abel parí. Parí la GUERRA. Ángela Figuera Aymerich Angustia La angustia, es mi herencia la angustia, la herida en mi garganta, el grito de mi corazón en el mundo. Ahora las nubes de espuma se petrifican en la tosca mano de la noche, ahora se elevan los bosques y las rígidas alturas estérilmente hacia la bóveda encogida del cielo. ¡Qué duro es todo, qué yerto, negro y sereno! A tientas voy por este oscuro espacio siento los bordes cortantes de las rocas en mis dedos, contra los helados jirones de las nubes me desgarro hasta sangrar las manos alzadas hacia el cielo. ¡Ah, me arranco las uñas de los dedos, me lacero las manos, doloridas contra montañas y bosques sombríos, contra el hierro negro de los cielos, y contra la tierra fría! La angustia, es mi herencia la angustia, la herida en mi garganta, el grito de mi corazón en el mundo. Pär Lagerkvist Traducción de Francisco J. Uriz